Domingo, 28 de abril 

Comienzo a juntar las letras de esta columna cuando solo faltan unas pocas horas para que se corra el telón y Pedro Sánchez, su autocrática Sanchidad –o el “puto amo”, como lo define Óscar Puente–, descienda envuelto en un cenital haz de luz cuasi mística, desde lo alto de la tramoya de este esperpéntico ruedo ibérico político, a fin de comunicar a sus acólitos y detractores –españoles polarizados todos– qué futuro nos espera tras mantenernos con el alma en vilo durante cinco días de pasión y éxtasis.

Dejémonos de gaitas, porque aquí lo de menos es lo que vaya a hacer o lo que vaya a ser de este ególatra del tres al cuarto en un futuro inmediato. Lo realmente importante es en qué situación quedará, sea cual sea su decisión, este país, que ya se asemeja más a un páramo yermo o a una república bananera que a un Estado democrático. Casi preferiría dedicarme, como sugirió Bloomberg tras la insólita publicación de su carta de amor profundo, a elucubrar cómo sería mi vida sin él, sin Sánchez. Seguramente me ahorraría todos los berrinches que me suscitan sus interminables tropelías, aunque en contrapartida, debo admitirlo, me perdería todas las carcajadas que su idiocia y cinismo supino me regalan casi a diario.

Haga lo que haga, decida lo que decida, que con su pan se lo coma. Si decide continuar detentando –con o sin cuestión de confianza de por medio–, de modo patrimonial y a perpetuidad (eso es lo que le gustaría a él) el poder omnímodo al que aspira, jaleado por toda la corte de corifeos zurdos que le arropa y sobrevive gracias a sus claudicaciones, su jugarreta quedará inscrita en los anales del populismo universal de baja estofa, para mayor befa y rechifla futura; habrá sido solo la pataleta, una más, de un adolescente malcriado, soberbio y vanidoso, de los que hay que enviar a la cama sin cenar.

Y si tras derramar y preservar para la historia un par de lágrimas en un lacrimatorio de alabastro –ya saben lo que dicen que dijo Nerón: “¡Qué gran artista muere conmigo!”– nos anuncia, cantando a golpe de lira el emotivo bolero Por ti, Begoña, lo quemo todo, y se despide con un “ahí os quedáis, pandilla de fachosféricos ingratos”, pues miel sobre hojuelas. Pero no caerá esa breva, aunque con él todo es posible. Sea lo que sea que decida, me parecerá bien. Bueno, a ver, si es posible le rogaría que no nos deje –acogiéndose a alguna fórmula de interinidad tipificada en la Constitución– a María Jesús Montero, la sandunguera de mercadillo de todo a cien, como presidenta en funciones. Eso, no, please. Antes un harakiri. Que si hay que morir, se muere y no pasa nada. Ya volveremos a nacer. O mejor, no.

Lo lógico, en su situación, sería que Pedro renunciara a la presidencia del Gobierno, porque desde hace años está atrapado en un laberinto. Y no en uno cualquiera. Nuestro caudillo vive en un dédalo de corredores y pasadizos lóbregos inspirado en el del rey Minos de Creta; aunque en este caso no fue Dédalo el arquitecto, él solito lo ha construido, hilada a hilada, a fuerza de trapacerías y cambios de opinión. Y como le fastidiaba sobremanera no poder adornarlo con un auténtico minotauro –se dicen que intentó comprar un fachosférico toro de Osborne sin éxito–, optó por encerrar en esa intrincada maraña de túneles a un monstruo de cosecha propia, un engendro hecho con retales, hilvanado como una colcha de patchwork. Una abominación a la que bautizó como Franky. El problema de Pedro fue constatar que Franky, a diferencia de un minotauro comme il faut, no aceptaba alimentarse de efebos y doncellas atenienses. Exigía que le llenaran el pesebre con artículos de la Constitución, páginas del Código Penal, indultos y amnistías, arbitrariedades democráticas, jueces, periodistas y disidentes.

Y así hemos llegado hasta donde hemos llegado. A diferencia de Teseo, Pedro Sánchez no ha tenido un hilo de Ariadna que le ayude a salir de su laberinto inmoral, pese a que sí tenía a su disposición una cuerda robusta, trenzada con hebras de ley, Constitución, separación de poderes, concordia, alternancia política, reencuentro real y pactos. Al parecer esa cuerda no le satisfizo, teniendo tan a mano como tenía a guerracivilistas, marxistas de salón, filoetarras, hispanofóbicos, nacionalistas enajenados y golpistas dispuestos a la adulación y a la extorsión. No sé para qué les cuento esto, ya que ustedes están tan bien informados como yo. Pero de alguna forma hemos de ironizar y entretenernos antes de que prohíban la chacota por decreto ley. Lo dejo en este punto por hoy. Y mañana que salga el sol por Antequera o por Tombuctú…

Lunes, 29 de abril

Pedro Sánchez y su persona han comparecido en la Moncloa al alimón, a las once en punto de la tarde, hora tope lorquiana. Venían los dos con cara de noche toledana. Parecía que iban a renunciar al cargo, a despedirse, porque en las tertulias previas se comentaba que los Pedros habían visitado previamente al Rey en la Zarzuela, y que incluso habían convocado al servicio del palacio presidencial para agradecerles los servicios prestados. Pero va a ser que no; porque han anunciado que se quedan, que se quedan, que siguen… 

Sánchez y su alter ego dicen que siguen y que seguirán, con más fuerza y convicción que nunca, porque este país no se merece menos que eso; porque sólo Pedro, cualquiera de ellos, puede sacar a España de este lodazal en que nos ha sumido el centroderecha, la derecha, la extrema derecha, y la ultra extrema derecha radical con su maldita máquina del fango; un arma secreta de destrucción masiva creada para ventilar porquería, calumnias, ojeriza e inquina en un país democrático, progresista, feminista, vegano y sin muros.

A los Pedros no se les escapa nada. Tras leer la obra completa –los dos son hombres muy leídos, ya lo dijo Arturo Pérez-Reverte– de Umberto Eco, comprendieron el origen de la pertinaz lluvia de infamia que nos cubre a todos, esparcida gracias a la máquina del fango a los cuatro vientos por la prensa, las webs, las televisiones y radios y las redes sociales. Bueno, seamos justos: el fango no nos cubre a todos por igual; lamentablemente se vierte principalmente sobre ellos, sobre esa izquierda cívica y fraternal que detenta la prez democrática, la ética y la moral, sobre las cabezas y la buena praxis de una zurdidad que no ha roto un plato, que no ha insultado ni acosado a nadie desde los lejanos días en que comparaban a los otros, a los que no son de su cuerda, a los que votaban en las generales de 1996 al PP de José María Aznar –hartos de la corrupción del Gobierno de Felipe González–, con un dóberman asesino… ¿Recuerdan?

Volviendo a nuestro César. Nervioso, descolocado, a duras penas controlando su gestualidad y tics clásicos, como si fuera consciente de que nadie se iba a tragar su incongruente relato, Pedro anunció que ahora se abre una nueva etapa, un nuevo ciclo, y que lo que vendrá es un punto y aparte –lo del punto y aparte le encantó a Yolanda Díaz, que se apresuró a apuntar que ese nuevo párrafo deberá ser llenado de contenido social–. Y por la noche, como era de prever, le rindieron pleitesía en la televisión pública, en una entrevista no exenta de preguntas certeras que él eludió por completo. No contestó a ninguna, las esquivó todas, mintió sobre Alberto Núñez Feijóo y balones fuera de banda.

Mantuvo un discurso deshilvanado, repetitivo, victimista y carente de sentido sobre la añagaza que ha protagonizado, sirviéndose, a guisa de ariete, de Begoña Gómez, su señora esposa –que no habiendo leído su carta, así lo contó él, hasta después de ser colgada en la red no tuvo otra que aceptar haber sido colocada en el disparadero de la opinión pública internacional–; sirviéndose de un Rey a buen seguro perplejo; y de su partido, que ya no sabía si refundarse o refundirse; y de una marea incontable de fans que han llenado todas las calles y plazas de España rogándole al líder supremo no quedar en orfandad.

El punto y aparte que plantea Sánchez, su cacareada regeneración democrática, de corte orwelliano, no busca otra cosa que blindar a su persona. Pedro, encerrado en su laberinto, quiere ser intocable y controlarlo todo, empezando por los jueces y su lawfare y siguiendo con los que le ponen en entredicho. En su sueño loco desearía que todos esos millones de opositores y desafectos tuvieran sólo una boca colectiva para solventar el asunto con un único bozal o esparadrapo. Sánchez es el Estado, Sánchez es la democracia. O con él o contra él. O zurdo o fachosférico, usted elige. No tardaremos en ver acoso a jueces, denuncias a diestro y siniestro, y proyectos de ley que limiten la libertad de expresión. Así lo apuntan ahora mismo infinidad de periodistas, locutores, presentadores y profesionales de la comunicación desde medios libres de toda sospecha. 

Así que mientras no nos cancelen pensemos bien lo que decimos, pero digamos siempre lo que pensamos, por duro que sea. Si es con humor, mucho mejor. Y nunca lo olviden: todas las torres caen, el polvo vuelve al polvo y todo es vanidad de vanidades. Sean felices.