Sufridos agentes de la Guardia Urbana de Barcelona recogían ayer jeringuillas usadas para inyectarse droga en la calle Egipcíaques, cerca de la que es una de las nuevas zonas cero del Raval: los Jardines Rubió i Lluch. Era una labor desagradable, callada, pero necesaria para evitar que los ciudadanos de a pie, niños incluidos, pudieran sufrir daños. 

Es precisamente la reiteración de estas tareas gravosas, pero sobre todo el veto a operativas mayores, lo que ha sembrado el descontento entre los más de 3.300 mujeres y hombres de la policía de Barcelona. Primero fue el bloqueo al combate contra los narcopisos. Ahora es el ninguneo desde el propio Centro de Coordinación (CeCor). 

Sí, se ningunea a la Urbana. Se la aparta de la seguridad ciudadana al uso para relegarla a tareas vinculadas al civismo. Que es una de sus competencias, claro, pero es que tiene otras de mayos calado. El cuerpo solía ser la fuerza de choque contra los pisos de la droga en Ciutat Vella, pero esa labor se la han arrebatado los mandamases de la Consejería de Interior para entregarla a los Mossos d'Esquadra, que carecen de efectivos para acometerla. 

Lo ha dicho el propio alcalde de la ciudad, Jaume Collboni, en numerosas ocasiones: los efectivos de la policía catalana en la urbe son insuficientes. 

Barcelona necesita una relación simbiótica entre las dos policías, las cinco si contamos a la Policía Nacional, la Guardia Civil y la Policía Portuaria. Y, ahora mismo, no la tiene, pues los popes de un solo cuerpo policial quieren acaparar las actuaciones vistosas con el fin, se cree, de hacer avanzar la agenda de la policía propia

Se orilla a la Urbana cuando los efectivos de este cuerpo son, a menudo, los primeros en llegar a los servicios que surgen en Barcelona. Se les priva de información, creando situaciones dantescas y, en ocasiones, peligrosas para los funcionarios. 

La agenda política rebasa la operativa, y con ello se pierden capacidades vitales para mantener el bienestar en la ciudad. Como se hartan de recordar siempre algunos políticos de izquierdas --no todos, claro--, la seguridad es una política progresista, porque las capas pudientes de la sociedad ya se pueden pagar la suya. Privada, claro. 

En estos momentos, la disfuncionalidad discreta marca las relaciones policiales en Barcelona. A tres meses de la Copa América de vela, cuando algunos volverán a estar tentados a intentar colarnos su agenda política en seguridad. Viendo lo que ocurre ahora, estemos pues prevenidos.